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martes, 14 de enero de 2014

Ignis y Verum

Había una vez un enorme lagarto volador escupefuego. A falta de un nombre mejor, le llamaremos Dragón. La bestia tenía el corazón de un volcán en el pecho y ni siquiera él era capaz de controlarlo. Un día horrible, lluvioso y nublado, se enamoró perdidamente de un príncipe.
El príncipe no era gran cosa. Apuesto, bien vestido, a lomos de una caballo de un prístino color blanco... del que se acabó cayendo. Era torpe. Y no muy listo. Nunca había logrado nada por su reino, era su hermana mayor la heroína del pueblo. Pero aquél día, sin saberlo, se ganó el corazón de un monstruo. 
Dragón se lo llevó a su cueva y le llenó la cabeza de historias del mundo antiguo, de máquinas voladoras, de astutos contrabandistas, de canciones para dormir que eran mucho más que canciones. El reino entero buscó a su príncipe por todas partes. Pero es muy difícil encontrar a gente que, en el fondo, no se ha perdido.
Muy difícil, pero no imposible. Los caballeros de su hermana acabaron encontrándole e intentaron llevárselo a casa. No entendían que él no quería marcharse. No entendían que ya no consideraba aquél lujoso y frío castillo su hogar. No entendían que no se había vuelto completamente loco. 
Dragón los sorprendió arrastrando al príncipe fuera de la cueva. Cogió aire, dispuesto a exhalar llamas, pero él le detuvo. "No lo hagas", suplicó. "No tienen mala intención. Por favor, no les mates". Dragón se tragó sus llamas, pero ni siquiera eso extinguió el terror del corazón de los soldados. Aterrados, intentaron matar a la bestia. 
Es evidente que no lo consiguieron. Si no, no estaríamos hablando ahora mismo.
Sin embargo, una de sus flechas atravesó al príncipe. Dragón sintió que caía al suelo con él, que su vida se extinguía con la suya. Así que hizo lo único que un monstruo podía hacer en una situación como aquélla. Le salvó.
El escupefuego le regaló a su príncipe un corazón de llamas. Así es como un monstruo salva la vida a quien ama: con impecable estilo y estúpido abandono. 
Y vivieron felices durante mucho tiempo. No para siempre, claro, porque al fin y al cabo, esto no es ningún cuento.

Kasdan arrugó la nariz.
-¿No te ha gustado la historia? -la risa de Ignis reverberó en su pecho, sonando como un rítmico entrechocar de rocas.
-No es eso... A mi capitana no le va a gustar nada que venga a ti buscando información y me regales un cuento para niños. Se toma muy en serio su edad.
Una sinuosa sonrisa curvó los labios del hombre.
-Pero he dicho que no era ningún cuento. Y si lo fuera, no sería para niños. No considero a Vivian Morgan una niña. ¿Se sentiría mejor si te contase algunos detalles picantes también, para que los añadas al informe?
Kas sacudió la cabeza, apesadumbrado. Su viaje a Nish no había sido ninguna pérdida de tiempo, pero nada de lo que iba a llevarle satisfaría a la capitana. Con detalles picantes o sin ellos.
Suspiró, preparándose para despedirse, cuando una última pregunta parpadeó en su mente.
-¿Cómo se llamaba?
El hombretón sonrió aún más.
-Se llama Verum.
El segundo al mando casi se rió. Le gustaba mucho Ignis. No lograba entender por qué la gente le tenía tanto miedo. Era un hombre poderoso, pero cualquiera que tuviera ojos podía ver que no tenía ni una pizca de maldad dentro.
No. Dentro de Ignis había volcanes, pero nada de oscuridad.
No sabía cómo iba a explicarle a Vi lo que sabía sin provocarle un buen ataque de cólera.

No te rías de Verum, Vi. Será un enclenque, pero durmió entre las fauces de un dragón.

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