S i l a e s p a d a d e D a m o c l e s c a y e r a s o b r e m i c a b e z a ,
s e a b o l l a r í a .



viernes, 21 de mayo de 2010

I built the bridge across the stream of consciousness
It always seems to be a flowing
But I don't know which way my brain is going
Oh the rhyming and the timing keeps the melodies inside me
And they're climbing till I'm running out of air
Are you prepared to take a dive into the deep end of my head?
Are you listening to a single word I've said?
It's all about the wordplay


-En otra vida, Rusia fue una liebre de marzo.


Era una chica increíble, pero literalmente. Algunos decían que estaba loca y se acercaban bastante a la verdad. Otros mascullaban que no podía ser real; alguien tenía que habérsela inventado. Pero, ¿quién podría haber tenido el valor de improvisar a Rusia? Si tenía un nombre que daba escalofríos y unos ojos que contaban chistes en voz baja. ¿A quién podría habérsele ocurrido?

Rusia era un poco auténtica, un poco falsa, un poco indecisa. Le gustaba empezar cosas y, a veces, si hacía buen día o era miércoles, las acababa. Se reía cuando nadie se lo esperaba y miraba atentamente todos los gatos pardos con los que se cruzaba, por si alguno era Mosquito.

Ah, podría haberlo sido. Mosquito era un gato de los que se cruzan en tu camino y te miran mal con las orejas levantadas. En otra vida fue un pirata, o a lo mejor un héroe. Tiene un poco de las dos cosas. Por eso Rusia estaba convencida de que algún día volvería. Mosquito nunca le había mentido, aunque tampoco habían hablado mucho, la verdad. El muy desagradecido se escapó al mes de marcharse la buena de Suflé (a la que la gente normal siempre llamó Julieta).

Pero bueno. El gato quería a Rusia y ella le correspondía. Lo mínimo que podía hacer era estudiar si algún gato pardo de los que veía parecía decir “No acepto caridad, bípeda estúpida” con la mirada. ¿Qué? Ah, bueno, sí. Mosquito no era un gato simpático. Por eso Rusia le quería tanto.

Si le preguntas a Javier, su vecino, por Rusia, te dirá que debes volver a las dos de la mañana. No está en casa antes de esa hora. Duerme hasta las seis y vuelva a desaparecer. También te contará que escucha la música muy alta pero que a él no le molesta. Y es que Javier es de esas personas que se quejan pero sólo por obligación. Él también busca algo, pero nunca lo dice en voz baja, no vaya a ser que las hadas se lo oigan y lo vayan contando. Mira atentamente a todas las chicas pelirrojas que se encuentra por la calle. Pero, al contrario que Rusia, que cuando no ve a Mosquito sigue andando con una sonrisa en los labios, Javier agacha la cabeza y suspira dos veces ante la decepción de no encontrar lo que busca. Ajá, así es. El amigo de Campanilla pierde a la chica pelirroja una vez cada dos semanas, más o menos. ¡No me malinterpretes! Ella le quiere. Pero es que buscar algo es un juego divertido del que nadie parecía cansarse nunca.

Ah, bueno. Nadie excepto Pablo, claro.

-Perdona, ¿Rusia…?

-Vuelve a las dos de la mañana, que seguro que la encuentras –y un portazo (amable) en las narices.

Pero Pablo no es de los que esperan. No le gusta tener que pensar mucho. Y eso que es muy inteligente. Es tan listo, tan listo, que sabe que a Rusia no hace falta ni buscarla ni esperarla, porque será completamente inútil.

A Rusia se la puede encontrar cuando se despista y olvida que hay gente a su alrededor. O entre las dos y las seis en un apartamento solitario en el que ya no le gusta estar. Sin los desayunos de Suflé y los zarpazos de Mosquito, las paredes se han vuelto grises y no se refleja nada en los cristales.

Pero no se va a marchar. Rusia no podría vivir en otra parte, al menos ya no. Y es que algo ha llamado su atención. Pasó cuando creyó ver un gato pardo mientras entraba en el bloque de apartamentos. Miró hacia otro lado y chocó con el chico nuevo del Bajo A. Enfadado, él recogió sus cosas del suelo y la miró con sus ojos marrones resentidos. Rusia estaba acostumbrada a que la mirasen así, pasaba a menudo y siempre respondía con algo brillante que borraba todo rastro de enfado. Pero lo que le dijeron los ojos del chico nuevo cuando se agachó a su lado a recoger lo que por accidente había tirado la dejó sin palabras.

“No acepto caridad, bípeda estúpida”.

Se llamaba David. Era huraño y dibujante. Entre semana trabajaba en una tienda vendiendo cámaras de fotos y los sábados se iba a pintar por ahí, con un bloc debajo del brazo y un lápiz en el bolsillo. Hacía las cosas simples, aunque fueran difíciles. Quería parecer duro y, de hecho, lo conseguía. Tenía cosas que le gustaban y cosas que odiaba a muerte. Tenía gente que ya no tenía y un gran amigo llamado Alex que valía por tres. Ah, Alex tampoco jugaba a buscar como los demás. Le gustaba mirar cómo otros hacían sus vidas. Soñaba con dibujar el mundo entero en una servilleta de papel y en encontrar a una chica que se pareciera a Amèlie, pero sin tener que buscarla. Era una persona pequeña con el corazón muy grande. Quizá por eso aceptó vivir con David cuando su amigo no se lo pidió. ¿Qué? No, sí que tiene sentido. David nunca pedía nada.

Jugaba a las adivinanzas. Maldito gato desagradecido.

1 comentario:

  1. ¿Y fue Mosquito quién se volvió David? ¿O David fue siempre Mosquito y tan solo ha recuperado su identidad sin memoria? O es animago...
    A lo mejor Mosquito sigue por ahí, David es solo uno que se le parece.
    ¿¿¿¿Y quién es Pablo?????

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