S i l a e s p a d a d e D a m o c l e s c a y e r a s o b r e m i c a b e z a ,
s e a b o l l a r í a .



sábado, 5 de junio de 2010

Pero no lo dijo

Oh, what the hell she says?
I just can't win for losing
And she lays back down

Man there's so many times
I don't know what I'm doin'
Like I don't know now


Rusia vio al tipo de la discográfica salir del piso de David. Pensó en cosas que debería pensar, como por ejemplo “Yujú” o “¡Dios mío, lo ha logrado, va a ser una estrella!”. Pero no las pensó realmente. Encerró esas frases bajo llave, ignorándolas sin mirarlas dos veces.

Mosquito la habría entendido muy bien con sólo una mirada de sus rasgados ojos amarillos. Le habría leído el pensamiento sin esfuerzo y es que, mientras que para el resto del mundo Rusia siempre estaba tranquila y relajada, para el gato la cara de su dueña era como un libro abierto.

Pero Mosquito no estaba allí. Y Rusia estaba sola en el pasillo. Así que nadie supo lo que en realidad estaba pensando.

“Oh, no. Él no”.

Si quizá David hubiera salido un segundo antes con la bolsa de basura en la mano… Pero no. Él era listo, pero no un experto lector de Rusias. Así que al encontrarse con ella se sorprendió.

-Eh, justo iba arriba ahora… Después de… Tengo algo que contarte. ¿Me acompañas a los cubos? –masculló, sujetando la bolsa negra en alto.

-Claro –asintió Rusia.

Caminaron calle abajo. En el cielo, algún desalmado había pegado un mordisco a la luna. Rusia mantenía la vista fija en sus zapatos bicolores y David se empeñaba en juguetear con las llaves en el bolsillo de su chaqueta.

-He estado hablando con…

-Lo sé –susurró ella.

Ah, Rusia era así: todo corazón. No le gustaba ver a la gente en apuros. Explicarle lo de su reunión secreta con el agente no era fácil para David y ella lo sabía perfectamente, así que decidió ahorrarle el esfuerzo para que pudieran llegar cuando antes al punto importante y saltarse toda la introducción. Por eso miró a su vecino, preguntando en silencio.

Y, sorprendentemente, David lo entendió. Él, que era experto en no entender nada.

-Le he dicho que sí.

Mmmm… En ese momento Rusia sólo pudo pensar en qué habría pasado si las palabras de David hubieran sido un poco distintas. Sólo un cambio pequeñito. En realidad, sólo quería sustituir una palabra por otra. Un sí por un no. No era mucho pedir… Si pudiera editar esa frase y retroceder un par de segundos en el tiempo, haciendo que David la dijera, seguramente se hubiera puesto a llorar de alegría. Y eso era algo que Rusia siempre había querido hacer, pero nunca nadie le había dado la oportunidad. Quizá suene estúpido hacerlo sólo por un “le he dicho que no”. Pero es que esa frase significaba muchas cosas más. “Me quedo”. “He seguido tu consejo, tenías razón”. “Prefiero aguantarte a ti”. “No voy a volverme de plástico”.

Pero no lo dijo.

Así que Rusia le sonrió. Y, por primera vez en su vida, mintió casi sin darse cuenta, sin planearlo de antemano. Y fue una mentira que supo amarga y salada, como las lágrimas que se había tragado.

-Me alegro por ti.

Ojalá ella también hubiera dicho otra cosa.

Volvieron al bloque en silencio. David no sabía muy bien qué decir. Algo no iba bien, pero no sabía exactamente qué. Rusia no parecía enfadada. Se limitaba a caminar a su lado, con las manos en los bolsillos de la cazadora que le quedaba grande, la que David intentó tirar una vez. Mirándola de reojo se dio cuenta de que le había crecido mucho el pelo, que ahora casi le rozaba los hombros. Se preguntó cuánto tiempo había pasado desde que se conocieron. Sólo… ¿tres meses? Y parecían tres años.

Se despidió de ella, abriendo la puerta de su apartamento. Rusia no respondió. Se limitó a seguir andando y a subir las escaleras con pies de plomo. David nunca la había visto andar así, quizá por eso no supo lo que estaba pasando. Pero qué le vamos a hacer, si era un experto en no darse cuenta de nada.

Tiró la chaqueta en el sofá y se quedó un segundo quieto en medio de la habitación a oscuras. Eran las tres y media de la madrugada. No tenía ganas de ver la televisión, ni de irse a dormir. No era hora para coger la guitarra e improvisar algo. Sin embargo, la miró, su negra silueta recortándose contra la pared. Lo había conseguido. Iba a ser músico profesional, aunque… No iba a cantar sus canciones. Ni siquiera iba a cantar a su manera. Iba a ser la careta de una música diferente y comercial, pero por lo menos ganaría dinero. Podría mudarse a un apartamento más grande, comprarse un coche. Por fin empezaría a ser alguien, pensó.

Suspiró y miró la luna a través de la ventana. Al bajar un poco la vista, se sobresaltó al distinguir la figura de un gato de ojos amarillentos al otro lado del cristal, sentado sobre el alfeizar. Se miraron.

-¿Mosquito…? –susurró él.

El felino le ignoró.

De repente, David reaccionó y echó a correr. Abrió la puerta y volvió a cerrarla de un portazo que podría haber despertado a medio vecindario. Subió los escalones de tres en tres sin cansarse. Llamó cuatro veces a la puerta de Rusia, justo debajo de la estrella dorada que la tal Suflé había dibujado.

Ella abrió, sobresaltada. Por su cara, parecía pensar que había un incendio en alguna parte.

-¡Rusia, he visto a…!

Pero David se detuvo.

Era un experto en no darse cuenta de nada. Pero hasta él podía ver que Rusia estaba llorando. Ella pareció recordarlo y empezó a cerrar la puerta. David puso el pie. Ella empujó más.

Él se coló dentro.

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