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lunes, 4 de octubre de 2010

Quizá mueras mañana

El pelo corto de la rebelde era negro como el carbón. Caía junto a sus mejillas, despeinado y enredado, pero seguía siendo bonito. Hasta Lloyd se dio cuenta. En realidad, el joven oficial se daba cuenta de muchas cosas. Sabía, por ejemplo, que aquél interrogatorio carecía de significado. Ella no iba a confesar nada, no iba a darle ningún tipo de información útil. Lo sabía.

Los habitantes de Refugio nunca lo hacían.

Sin embargo, su deber era hacer preguntas e intentar obtener respuestas.

En la pequeña celda olía a humo gracias al cigarrillo que adornaba sus labios. Estaba repantigado en la única silla de la habitación, con las piernas estiradas. “Regla número uno: estés dónde estés, asume que es tu casa”. Se quitó la gorra de oficial con un suspiro cansado.

-¿Por qué lo hiciste? –dijo, mientras examinaba cono desinterés los botones de su cazadora.

Para su sorpresa, la chica dejó escapar un sonido extraño, demasiado débil para ser una risa pero demasiado sarcástico como para ser un suspiro. Alzó la cabeza y clavó sus ojos negros en él.

“S. Gray. Diecinueve años”, recordó Lloyd. Pero esa mirada cansada parecía mucho, mucho más vieja. ¿Sarah, Sue, Sophie? ¿Por qué en el informe no aparecía su nombre completo?

Se dedicó a mirarle durante tanto rato que, cuando habló, el oficial tuvo que recordar a qué pregunta estaba respondiendo. Vio sus labios separarse despacio, con deprecio, dejando ver unos dientes que parecían dispuestos a desgarrarlo si los grilletes no la retuvieran. Era eso lo que leía en su rostro aparentemente tranquilo: ira, rabia, promesas de venganza.

-Tenía algo por lo que luchar. Alguien a quién salvar. Sitios que ver, cosas que decir, platos que probar -esbozó una media sonrisa burlona-. No es que estuviera huyendo, señor oficial. Es que no tenía tiempo para vosotros.

Lloyd casi se rió. ¡Valiente! No había oído que ningún rebelde en su situación se atreviera a cachondearse con tanta tranquilidad de la Guardia. ¿Estaba loca? Posiblemente. Y, sin embargo, lo demencia no le quitaba valentía. Quizá por eso Lloyd no llamó al guardia de la puerta para que castigaran a la prisionera por sus palabras. Sintió curiosidad y también una medida admiración.

-¿Qué significa la S? –preguntó-. Tu nombre.

-¿El tuyo?

-No olvides quién interroga a quién aquí, señorita Gray –Lloyd contuvo una sonrisa, apoyando los codos en las rodillas, echándose hacia delante-. Podría decidir que no tienes nada que ofrecerme y careces de valor. Aquí no guardamos prisioneros por amor al arte, preciosa.

-Qué sorpresa –masculló ella, pero sin perder su gesto burlón.

Sin embargo, no añadió nada más, por lo que Lloyd dedujo que si él no inspiraba respeto en la joven rebelde, la amenaza de muerte sí lo conseguía. Era un método bajo y vil que no le gustaba emplear, pero necesitaba imponerse.

-Entonces, responde. Quiero tu nombre.

-Spike.

-No lo preguntaré otra vez, señorita Gray –aseguró Lloyd.

Ella sonrió.

-No tendría una respuesta distinta que darte. Me llamo Spike Gray. Pero si no te gusta siempre puedes llamarme Majestad.

Lloyd contuvo su asombro y volvió a recostarse contra el respaldo de la incómoda silla de madera. Sostuvo la oscura mirada de la chica, pensativo. Tenía su respuesta. Ahora debía decidir si era verdadera o falsa… Definitivamente, Spike era un nombre extraño para una chica. Nunca lo había oído. Ni siquiera le gustaba, aunque pegaba de alguna forma con el aspecto de la rebelde. Decidió aceptarlo.

-Mi perro se llamaba como tú –comentó.

-Oh, vaya. ¿Qué le pasó?

-Escapó.

-Ese chucho y yo tenemos muchísimas cosas en común –una lenta sonrisa adornó sus labios.

-Y no sólo físicamente, supongo –contraatacó Lloyd. Se reprendió a sí mismo por haberle seguido el juego a la prisionera y trató de arreglarlo-. ¿Cuántos más había contigo?

-¿Dónde?

-En Refugio.

-¿Qué es Refugio? –ella ladeó la cabeza.

-No te hagas la tonta. No soy famoso por mi paciencia, chica.

-No eres famoso. Punto –suspiró, apoyándose contra la pared de piedra de la celda. Daba la sensación de tener frío, con sus pies descalzos sobre el suelo helado y su ropa harapienta y liviana.

Fue entonces cuando Lloyd se preguntó cuánto sabía esa chica acerca de la Guardia, acerca de Capital, acerca de todo. Debería tener Respuestas a esas preguntas, pero no las tenía y se había rendido de antemano a conseguirlas. Y, sin embargo, había algo extraño en ella, en su tranquilidad, en su forma de hablar. Parecía… estar como en casa. Quizá tenía las mismas reglas que él a la hora de enfrentarse a una situación difícil o a la vida misma. O a lo mejor sólo estaba tan loca como parecía.

-No hace falta que me digas ahora lo que quiero saber –se levantó, intentando que su altura intimidara a la prisionera al menos un poco. No lo consiguió. Spike le miraba desde el suelo con un matiz de curiosidad en sus ojos como el carbón-. Pero déjame decirte lo que sé de ti, muñeca –respiró hondo, mirándola, serio-. Luchaste por algo, perdiste a alguien, quisiste vengarte. Te rebelaste contra un sistema que no te gustaba y no tuviste en cuenta las consecuencias. Cometiste un error en algún momento y ahora estás aquí, sola, y sabes tan bien como yo que nadie va a salvarte y que, tanto si cooperas como si no, tu vida como Libre está acabada –dejó escapar una risa desdeñosa-. Estás muerta de miedo, preciosa, pero ojalá sólo fuera eso.

Spike le miraba, tensa. Le produjo una profunda satisfacción ver esa extraña clase de respeto en sus ojos y saber que, por fin, había ganado. No había terminado de hablar.

-También me tienes a mí como carcelero. Lo tuyo es mala suerte, chica. Quizá mueras mañana.

Cerró la puerta metálica de un portazo al salir, dejando la celda en completo silencio. Mientras se alejaba por el pasillo blanco e inmaculado de Prisión, oyó cómo Spike derribaba la que había sido su silla de una patada, con un grito de frustración. No sonrió en esa ocasión. No había nadie a quien intimidar ni nadie que pudiera verle, así que no tuvo la necesidad de creerse superior o fingirse satisfecho.

Encerrar pájaros y cortarles las alas nunca era un espectáculo agradable.

Pero alguien tenía que hacerlo.

7 comentarios:

  1. Estoy loca por tu Spike.

    "No eres famoso. Punto."

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  2. "-Pero si no te gusta siempre puedes llamarme Majestad."
    Me encantan tus textos. Leía de forma fantasmal "H'H" en LGG (soy Cristalline)

    un beso(:

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  3. ¡S de azufre! Química se ha comido mi cerebro...

    ¿Refugio? ¿Refugio es aquel lugar... del chico de la armónica, la pelirroja, el payaso y los demás? ¿O es que echo de menos esos relatos y ya los veo por todas partes?

    En cualquier caso, el texto es genial. Qué fuerza tiene ese final, y qué fuerza tus personajes.

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  4. Últimamente tengo una obsesión bastante absurda con los rebeldes, con las causas perdidas, con los personajes que son tan débiles que se vuelven fuertes, porque cuando no tienes nada que perder no puedes tener miedo.
    Adoro a Spike.

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  5. "Luchaste por algo, perdiste a alguien, quisiste vengarte. Te rebelaste contra un sistema que no te gustaba y no tuviste en cuenta las consecuencias. Cometiste un error en algún momento y ahora estás aquí, sola, y sabes tan bien como yo que nadie va a salvarte y que, tanto si cooperas como si no, tu vida como Libre
    está acabada " *Babas*

    Si al mundo le gusta Spike (que a mí también, jo) a mí me encanta Lloyd. Porque alguien tiene qe hacer el trabajo, aunque no parezca especialmente orgulloso de ella.
    Genial el texto. Adoro los rebeldes, you know (:

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  6. Me gusta mucho como escribes, ¿tienes algo publicado?

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