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domingo, 16 de octubre de 2011

Nadie puede arreglarme

Ángela miraba por la ventana. Parecía mucho más fuerte que el día anterior, incluso se había sentado en la cama. Víctor no podía dejar de mirar sus manos, tan pálidas como las sábanas sobre las de descansaban. Tan frágiles, con las venas azules esparciéndose bajo la piel como las ramas de un árbol. 
- Hoy Matías me ha preguntado que cómo me sentía - susurró ella. Tenía la voz ronca y áspera -. No le he contestado. Me he quedado mirándole sin decir nada hasta que se ha marchado. ¿Qué espera oír la gente cuando hace preguntas así? Si le hubiera dicho la verdad... Le habría hecho llorar. 
- A mí me la puedes contar. No he llorado desde los doce años.
Ángela le miró. Aunque su pelo rubio estaba despeinado y enredado, seguía siendo bonito. Pronto se lo cortarían, recordó Víctor. ¿Qué le quedaría entonces a Ángela, aparte de unos ojos vacíos y una sonrisa automática?
- Eso es mucho tiempo. Eres viejo.
- Tienes razón, aunque muchos piensan que treinta años está lejos de ser viejo - él se encogió de hombros -. ¿Quieres hablar?
La chica asintió. Víctor no lo sabía, pero no lo hacía por querer desahogarse. Las palabras no cambiarían nada. Sin embargo, quería saber si una adolescente moribunda podía hacer llorar a un hombre adulto que había visto más horror en los últimos diez años que ella en toda su vida. Se lo tomaba como un desafío. Un reto, quizá el último.
- Siento que no se me puede arreglar y que me están engañando. Todas las palabras de aliento, los ánimos... No son por mí. Son para ellos. No quieren sentirse culpables, no quieren que me muera porque entonces nunca sabrán si podrían haberme salvado. Todo es mentira. No soy libre para vivir. No soy libre para morir.
- Te quieren, Ángela.
- Y me tienen - repuso ella, con su voz que arañaba -. ¿Sabes qué? Crecí escuchando las historias más increíbles que te puedas imaginar. Las que me leía mi madre, las que inventaba mi padre. Un gran escritor siempre tiene grandes cosas que contar. Por eso me siento tan incompleta, tan vacía. Mi vida no ha sido nada. Ha sido rápida. No hay nada que decir. Mi padre no podrá escribir nada sobre mí. Podría haber hecho tantas cosas, haber ido a tantos sitios... Pero en vez de vivir esas historias, decidieron que sólo las escucharía.
- ¿Crees que no eres extraordinaria?
Ángela se rió. Fue un sonido cruel y roto que salió a rastras de su garganta.
- Me llamo Ángela, tengo diecinueve años y soy virgen. Nunca he sido simpática, así que no tengo amigos. Me gusta leer y ver películas. Nunca he viajado, nunca me han besado, nunca he ganado en nada y tengo cáncer. Eso es todo lo que hay que decir sobre mí. Tú ni siquiera estarías aquí hablando conmigo de no ser porque te equivocaste de habitación y te di pena.
Víctor se inclinó hacia delante en la silla, apoyando los codos en las rodillas. Afuera, la lluvia comenzó a golpear la tierra y los cristales del hospital.
- Te equivocas. Hablo contigo porque yo sí creo que eres extraordinaria.
- ¿Qué sabes tú de mí que yo no sepa? - ladeó la cabeza, divertida.
- Sé que puedo arreglarte.
Un pesado silencio cubrió la habitación. Los ojos oscuros de Ángela escrutaban el rostro serio de Víctor. Pasó tanto tiempo callada que el hombre empezó a pensar que iba a tener que marcharse, como el pobre Matías. Pero al final la chica separó sus labios secos y cortados.
- Jugar con la esperanza de alguien que va a morir es cruel, Víctor. Me gusta. Pero es terrible.
- Soy un hombre terrible, pero no estoy jugando con nada.
- ¿Puedes arreglarme? ¿Cómo, si puede saberse?
- No puede saberse. Necesito tu permiso.
- Si te lo doy, ¿podría morir?
- Tanto como si no me lo das.
Ángela sonrió. No fue exactamente una sonrisa alegre, pero le anduvo lo suficientemente cerca como para que Víctor se la devolviera. 
- Te daré permiso para arreglarme si tú me das una cosa a cambio.
- ¿Arreglarte no te sirve? 
- Tú has pedido dos cosas: arreglarme y permiso. ¿No puedo pedir yo una?
Víctor lo pensó.
- Suena justo. Pide.
- Quiero un beso.
Él no se sorprendió. Se había imaginado que Ángela pediría hacer alguna de las cosas que aún no había hecho. Aún así, tenía sus dudas.
- ¿No tienes algún chico de tu edad al que pedírselo en vez de a este viejo?
- Los chicos de mi edad son estúpidos. Además, me besarían como si yo fuera de cristal y tuvieran miedo de romperme. No es eso lo que quiero y tú tienes pinta de haber besado a muchas mujeres, así que supongo que sabrás hacerlo.
- ¿Sabré? - meditó Víctor, divertido.
- Y no eres viejo. Sólo lo dije para ver si podía molestarte.
Él asintió. Se levantó de la silla y se sentó junto a Ángela en la cama. Su chaqueta olía a tabaco y a lluvia.
- ¿Cómo lo quieres? - preguntó.
- Como si no fuera frágil. 
- Hecho. Sólo uno. Y después podré arreglarte.

6 comentarios:

  1. Me encanta. Realmente me encanta.

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  2. Yo quiero ver como la arregla. Y si se rompió con el beso a pesar de no ser frágil.
    Yo quiero ver como sigue esto, porque yo creo que ella sí que es extraordinaria. Como todos tus personajes.

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  3. Un beso como si no fuera frágil suena a un buen beso, y supongo que sabrá aún mejor.
    A lo mejor, si tiene suerte, a tabaco y a lluvia.

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  4. Me encanta. Deseando estoy de saber como lo arregla :)
    Quizás con amor...

    ☮☮☮

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  5. Anónimo28.10.11

    Temblando me hallo. Me gusta la facilidad y el ingenio que tienes a la hora de contar una historia en apenas cuatro párrafos y dejarme con la intriga. Quiero ver cómo la arregla, o al menos cómo consigue no romperla más.

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  6. Hum. Yo también quiero ese beso. Y quiero ver cómo la arregla, P. joder. Así que escríbelo, coño. #Hedicho.

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