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domingo, 3 de febrero de 2013

Silas, Sombra, Balas y Memento

-Por favor. Por favor, Silas. Deja que cuide de ti. 
Había auténtica desesperación en la voz de la Sombra. Casi ansiedad. Necesitaba que la necesitaran, lo necesitaba como los humanos necesitaban respirar, comer o beber agua. Lo necesitaba como nunca podría necesitar nada más, y Silas lo sabía. Se le daba muy bien escuchar incluso las cosas que no se le decían. 
-No necesito tu ayuda -respondió. Intentó levantarse, pero el dolor le apuñaló el costado. Se llevó una mano a la herida y dejó que la pared del callejón lo sostuviera-. No necesito... a nadie. 
-Sangras mucho. Por favor. Dame permiso y te salvaré. Dame permiso, Silas. 
La Sombra podía insistir eternamente. Tenía tiempo suficiente. Él, en cambio, no iba a poder negarse. El tiempo se le estaba escapando a borbotones por el agujero que la bala de Memento le había regalado. ¿Morir en aquél callejón o morir más tarde? ¿Rendirse o luchar? Las preguntas bailaban un vals en su cabeza, intentando arrinconar al dolor y al miedo.
Silas se había pasado la vida rindiéndose, así que decidió probar algo nuevo. 

-¿Por qué la gente finge que no ve a las sombras, mamá?
La mano de su madre agarró la suya con más fuerza. Estaba fría y suave, como la nieve.
-Porque no son buenas. Si les haces caso, te pedirán cosas. Y te pidan lo que te pidan, debes decirles que no.
-¿Qué cosas?
-No lo sé, Silas. No puedo verlas. Tú tampoco deberías.

-De acuerdo -musitó.
La Sombra se sorprendió. Irguió los hombros, poniéndose derecha, intentando parecer más grande. 
-¿De acuerdo? -preguntó, su voz precavida. 
-Yo, Silas, te doy permiso para que me salves... -la miró, esperando oír su nombre.
-Sombra -dijo.
-... Sombra. 
Fue como si se quitase un abrigo. Las tinieblas se escurrieron hasta el suelo y desaparecieron por la alcantarilla más cercana, como si estuvieran ansiosas por volver bajo tierra, a su hogar. Ante Silas quedó un muchacho pálido y muy delgado, con espeso pelo negro y ojos azules asustados. Se miró las manos, maravillado por ver su propia piel.
¿Y tú vas a salvarme?, se preguntó Silas, esbozando una sardónica sonrisa mientras el agotamiento le vencía. Si ni siquiera pareces capaz de sostenerte en pie...

4 comentarios:

  1. Yo quiero ver las sombras.

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  2. Ánimo, Silas. Sombra tal vez sea de ayuda (de verdad).

    (¡Te sigo oficialmente!)

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  3. El primer párrafo me ha resultado muy repetitivo con tanto “necesitar”. Este tipo de redundancia puede hacer decaer el interés del lector. No obstante, luego la cosa ha remontado el vuelo. Los diálogos rápidos le dan vivacidad y se hace ameno.
    Por cierto, me encanta el nombre “Silas”. Me recuerda al monje albino y perturbado de “El código Da Vinci”.
    Buen escrito, pero ten cuidado al repetir las mismas palabras una tras otra, puede desorientar al lector (a no ser que sea intencionado).

    ¡Un beso!

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    Respuestas
    1. Era intencionado, pero cuanto más lo releo menos me gusta. Gracias por decirlo, era el impulso que necesitaba para animarme a cambiarlo :)

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