S i l a e s p a d a d e D a m o c l e s c a y e r a s o b r e m i c a b e z a ,
s e a b o l l a r í a .



lunes, 15 de abril de 2013

Me he manchado las botas con tu sangre


Esta es la historia de dos personajes secundarios. Uno de ellos tenía grandes ideas...

El mundo se desvaneció a nada y la nada la recibió con los brazos abiertos. Saludó a aquél mundo vacío con una inclinación de cabeza y se sacó la pitillera del bolsillo trasero de los vaqueros. Se puso un cigarrillo entre los labios pintados de un rojo casi radiactivo y, al buscar en el interior de su cazadora de cuero el mechero, se manchó la mano de sangre.

-Maldita sea… Siempre igual.

Se la limpió en la camiseta blanca y roja. Un disparo, siempre en el mismo sitio. Causa de la muerte: estupidez sin precedentes. “Pensamos que era lista, señoría, pero resultó ser tonta de remate. El disparo atravesó el corazón limpiamente. Dentro sólo había aire y letras de canciones mal recordadas”. Siempre la misma historia, y nunca conseguía no marcharse con su propia sangre.

A Rhys no debía quedarle mucho para aparecer. Y entonces tendrían que volver a empezar de nuevo… Así que se encendió el cigarrillo, intentando disfrutarlo. Aquello era lo más parecido a las vacaciones que tenía, y que la matasen (otra vez) si no pensaba pasárselas fumando.

Se apartó el pelo morado de la cara. Le gustaba más al principio de la historia, cuando era largo y negro. Pero no: no podía morir con la melena elegante y el honor intacto, tenía que hacerlo con un morado oscuro en el pelo y vergüenza en la lengua. Si pudiera cambiar sus últimas palabras, sabía muy bien lo que diría.

“No me echáis vosotros. Me muero yo porque quiero”.

Y quizá algo más, algo que supiera a tequila y a Elvis. Algo como “Este chico que me llora es mío. Matadle si queréis, pero sin tocarlo mucho”.

Se rió entre dientes. Ah. Qué divertida sería aquélla historia si pudiera hacer lo que quisiera con ella.
 Miró la sangre que manchaba su mano izquierda. Una gota había resbalado hasta tocar el tatuaje de la muñeca. Un maldito pingüino.  Arrugó la nariz, disgustada. Podrían haberle dado algo mejor. Algo más acorde con su maldita personalidad.

Suspiró. Ojalá no tuviera que morir siempre tan pronto, sin saber cuál era el final de la historia. Se moría de ganas de saberlo. ¿Conseguía Abby salvar a los suyos o no? Creía que sí. Tenía que creerlo, porque la idea de morir en vano, una y otra vez, no le resultaba del todo placentera.

Una figura empezó a materializarse cerca. Tiró el cigarrillo y se arrojó a sus brazos antes incluso de que pudiera tomar forma por completo. La calidez que la atravesó hizo que se sintiera casi viva de nuevo. Unos brazos delgados la rodearon, unas manos amables le acariciaron el pelo.

-¿Cómo estás? –preguntó. La voz era suave y ronca al mismo tiempo. Como si fuera un niño de mil años.
-Pues como si me hubiera pegado un tiro. ¿Y tú?
-Pues como si me hubieran abierto las venas con una espada dentada.

Ella le sonrió. Los ojos del recién llegado era de un imposible color azul, a juego con su pelo. No era el típico y tranquilizador azul que podía verse en los ojos de la gente corriente. Aquél era un azul claro antiguo, desafiante, cobalto, ácido. Combinaba con las palabras que ella solía decir. “Tus ojos riman con mi mala leche, Rhys”.

-Noa, ahora en serio. Tenemos poco tiempo. Hay algo que necesito decirte.

Ella se encogió de hombros.

-¿Y qué más da? Lo olvidaré. Siempre lo hago.
-Esta vez no.
-Sólo recuerdo cuando me muero.
-Esta vez no –repitió él. 

Ah... Qué bonita, la esperanza. Estaba ahí, sobre los hombros de Rhys, como un pajarillo bien amaestrado. Intentó ganarse la confianza de la chica del pelo morado sin éxito. Noa había cenado esperanzas mayores que ésa. Había asesinado a sangre fría a esperanzas más bellas que aquélla. Se alejó del mago con la sonrisa mordaz intacta y el corazón tembloroso.

-Recordar sería un gran truco de magia. Pero tú de eso no sabes nada.
-Escúchame... Por favor. Puedo hacerlo. Sé cómo. 
-¿Ahora, de repente, sabes algo que antes no sabías? Es la misma historia. La misma historia de siempre.
-La he visto millones de veces. Y me he dado cuenta de algo, sí. Algo que antes no sabía, Noa. 

Ella le miró. Cuidado, susurraba su sentido común. Cuidado, casi está sonriendo. Tiene un plan. Tiene una deliciosa locura en la punta de la lengua, y sabes que no podrás resistirte. No tienes nada que perder. 

-¿El qué?

No tienes nada que perder, Noa.

-Que me he cansado de marcharme las botas con tu sangre.

La emoción atravesó a Noa como una flecha. Oyó gritos de ¡Al abordaje! en su cabeza. Rugidos de leones en coliseos romanos. Alto o disparo. Tengo una verdad y sé cómo usarla. Un baile o la vida, señorita. 

-Quieres cambiarla -las palabras abandonaron su boca, acariando el rojo de sus labios, como si tuvieran miedo de lo que pudieran encontrarse ahí fuera-. Quieres que cambiemos...

Una sonrisa curvó los labios de Rhys.

-Hagamos historia, Noa.

...Y la otra sólo tenía muy mala reputación.

2 comentarios:

  1. Esto, esto que has escrito, este terrorismo literario, este romper la pana, se merece una reverencia.
    Una reverencia y un aplauso
    Y un suspiro. Y camisetas con frases. Y tazas con frases. Y... Y.

    ResponderEliminar
  2. Algún día descubriré cñomo poner gifs para comentar las entradas, y llegaré siempre puntual y con algo bueno que decir que haya escrito otra persona en un gif animado por alguien más diestro que yo. Hasta entonces, me paso de cuando en cuando, leo siempre y miro mal a tus ideas y a tus frases y a tus palabras. Porque mira que son buenas, las condenadas.

    ResponderEliminar