S i l a e s p a d a d e D a m o c l e s c a y e r a s o b r e m i c a b e z a ,
s e a b o l l a r í a .



sábado, 25 de mayo de 2013

Podrían, por curiosidad

El valor que quedaba en Eddie (muy poco) se removió, inquieto, intentando convertirse en las palabras mágicas. Nada de "por favor" o "gracias". Ni siquiera valdría un "echan Star Wars por la tele". Tenía que encontrar palabras ochenta veces más poderosas que ésas. Palabras que agarraran a Amy con la fuerza que él no tenía. 
Pero no daba con ellas. 
No daba con ellas y Amy estaba cada vez más cerca de la puerta. 
Si le digo que no quiero que se marche, no me creerá. Si le digo que tengo un corazón que puede pisar, no me creerá. No me creerá porque he dicho y hecho cosas que me hacen parecer algo que no soy. No me conoce. Amy no me conoce, y yo quiero que se quede, y no va a creerme.
Después de la guerra, Eddie empezó a escribir porque sabía que las balas y las palabras tenían muchas cosas en común. Una vez se las liberaba, no podían encerrarse de nuevo. Por eso tenía tanto cuidado con lo que decía. No quería ir soltando monstruos por el mundo. Por eso Amy le llamaba Pocaspalabras. 
Pero ahora, después de años tragándoselas, las necesitaba. Y las muy vengativas no estaban dispuestas a ayudarle. Me habéis dado fuerza para conseguir premios y detener atrocidades, ¿pero no vais a hacer nada para que la chica del pelo azul de ahí no me abandone? Oh, sí, claro. Ni siquiera me está abandonando. Ella no lo sabe. Cree que sólo se está marchando.

-Amy, quédate. Por favor.
-¿Por qué?
-Porque te necesito. 
-Mentira. 

No funcionaría. Era cierto, la necesitaba. Pero no lo suficiente. No quería que se quedara por eso. Era una razón absurda. Como todas las razones, sí, gracias, Oscar Wilde.

-Amy, quédate. Por favor.
-¿Por qué?
-Porque no quiero vivir sin ti. 
-Mentira. 

Maldita fuera. Sí quería vivir sin ella. Vivir sin ella sería un alivio. Tampoco aquéllas palabras le servirían. 

-Porque me aburriré si te marchas.
-Mentira.

-Porque necesito que me enseñes a jugar al ajedrez.
-Mentira.

-Porque te quiero. 
-Gracias. Mentira.

-Porque podríamos salvar el mundo si te quedas. 
-Puedo salvar el mundo yo sola.

¿Podía? Sí. Lo había hecho antes. No necesitaba a Eddie para ser una heroína, ni para salvar nada. Eran dos historias separadas. No tenían nada que ver el uno con el otro. No estaban pensados para apoyarse, ni para rescatarse. Podían seguir adelante separados. Eddie podía quedarse en su vieja casa, esperando a alguien que adivinara su verdadero nombre y escribiendo mientras tanto. Amy podía seguir pisando corazones por el mundo, visitando bares, conociendo gente, aprendiendo cosas. Y si lo hacían, ninguno de los dos se moriría de pena. Se echarían de menos. A veces, durante muy poco tiempo y con mucha intensidad. Pero podrían seguir. Podrían.

-Amy. Quédate. 

La mano de la chica del pelo azul se congeló en el aire, a punto de cerrarse sobre el pomo oxidado de la puerta. No se atrevió a girarse para mirar a Pocaspalabras, pero su espalpa le contó a Eddie el miedo que tenía. 

-¿Por qué? -susurró. 

Eddie se lo jugó todo a una carta. No, ni siquiera se lo jugó a una entera. Medio as. Medio nada. 

-Porque si te vas, nunca sabremos qué habría pasado si te hubieras quedado.
-Yo sí lo sé -respondió Amy, con la voz arañada. 
-Yo no. Tengo curiosidad. 
-¿Por eso quieres que me quede? ¿Por curiosidad? ¿Para ver qué pasa? 
-Iría contigo. Te seguiría yo, pero no puedo salir de esta maldita casa. 
-No me has contestado. 
-No me creerás. 
-¿No?
-Crees que no puedo querer a nadie. Y yo tengo la culpa de que pienses así. Nada de lo que diga te convencerá de que estás equivocada. Pero si te quedas, lo intentaré. 
-Estás hablando muchísimo, Eddie -una carcajada se escapó de la garganta de Amy.
-Me estás obligando.

2 comentarios:

  1. Cuando he llegado al último por qué en un momento de tensión para ver cuál sería la respuesta que definitivamente le haría quedarse... ayyyyy.
    Y sí, las palabras son muy poderosas.
    Y ésta soy yo muriendo de amor lenta y dolorosamente sólo por tus palabras.

    ResponderEliminar
  2. La señorita de arriba tiene razón. Cuánta expectación en un sólo por qué.
    (Aunque yo me habría quedado con la del ajedrez)

    Me ha encantado desde el principio hasta el final y Eddie, el escritor sin palabras que boxeaba, me gusta tanto, tanto, tanto, tanto. Tanto.

    ResponderEliminar