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martes, 7 de mayo de 2013

Sílbame

Y aunque no eran nuestras estrellas, te pusiste a contarlas, susurrando que todos somos luces en el cielo y granos de arena en el fondo del oceáno. No tenías sentido, pero decidí creerte. A ti. Al nudo de contradicciones, mala leche y altibajos que eras tú. En un mundo en el que mis ideas se vendían muy baratas y mis sueños cabían en cajones muy pequeños, en el que ni siquiera las estrellas nos pertenecían, en el que el idioma universal era la mentira, decidí creer que alguien como tú, tan absurda y valiente, existía.

-A veces quiero desaparecer -confesé en voz baja.

-Yo también. Todos queremos. Es un gran secreto que comparte toda la humanidad... En algún momento, todo ser humano ha querido volver a ser polvo. O salir corriendo -levantaste las manos hacia el cierlo nocturno, extendiendo los dedos como si quieras abarcarlo todo-. ¿No suena maravillosamente estúpido? Salir corriendo. Escaparse. Una gran, gran escapada. Tan épica que, cuando quieran darse cuenta de que nos hemos ido, tendrán que pasarse a pensar si alguna vez estuvimos aquí.

El silencio devoró todas las cosas que pude haber dicho entonces. No eran grandes cosas, la verdad. Simples. Gastadas. Se habían dicho antes, y seguro que con más tino. Palabras acerca de lo azules que eran tus ojos o la forma que tenías de sonreír, como si tuvieras un palco reservado para ver el fin del mundo. De todas formas, tú no querías oírlas. Tenías los dos pies en la hierba y mis ideas eran muy, muy ligeras de cascos. Seguramente te habrías reído. Pero como me gustaba mucho oírte reír, dije la única estupidez que sobrevivió a aquella matanza.

-Si algún día te quieres escapar, sílbame.
-¿Y si no me oyes?
-Siempre estoy escuchando.

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