S i l a e s p a d a d e D a m o c l e s c a y e r a s o b r e m i c a b e z a ,
s e a b o l l a r í a .



domingo, 27 de abril de 2014

¿Qué hace una Rata como tú en un barco como éste?

Corre. Sabes que no es posible que llegues a tiempo, pero corre. Por favor. Piernas, nunca os he pedido demasiado. Por favor… Corre, corre, corre.

El sol empieza a ponerse en el horizonte. Los barcos voladores de la reina comienzan a despegar, uno a uno, levantándose del aeropuerto con la lentitud de viejas y cansadas bestias metálicas. La respiración del chico que corre hacia un momento que ya ha pasado está tan alterada que su corazón protesta, pero sus piernas le han dado el visto bueno a la carrera y ahora parece incapaz de detenerse. Justo enfrente, pero demasiado lejos como alcanzarlo a tiempo, ve que el último barco de la armada está elevándose.

¡Espera! ¡ESPERA!

El chico no tiene el don de hablar con las máquinas, pero aunque lo tuviera, el barco es demasiado viejo como para poder entenderle. Se ha bañado en sangre una y otra vez. Sus velas están henchidas con los gritos y las risas de los marineros que bombean su corazón de metal y fuego. Lleva escrito el nombre de un dragón en su casco oxidado.

¡Espera, Ignis!

El joven entiende de repente que no va a alcanzar su objetivo. Aunque pudiera llegar hasta el barco, no sabe volar, y ya es demasiado tarde para que le tiren una escalerilla. Además, nadie podría oírle sobre el rugido del viento y los motores.
Tiene ante sí una decisión. Puede detenerse, dar media vuelta y volver a la armería. Continuar aprendiendo del viejo maestre durante años, convertirse en herrero o armero después, casarse, tener hijos, envejecer. El order habitual de las cosas.
O puede seguir corriendo y jugárselo todo a un salto desesperado con el que puede o no llegar a la ristra de botes que siguen al barco. Están saliendo del puerto, pero no han ganado altura aún. Si salta, puede aterrizar en uno o precipitarse al vacío. Si salta y llega, puede que el oficial al mando decida matarlo de todas formas.

Se hincha el pecho con una bocanada de aire y valor y corre con aún más fuerza. Oye el estallido de casa uno de sus pasos contra el suelo y el desbocado latido de su asustado corazón. Aterrado. Valeroso. Rompe el miedo que siente con un salto prodigioso y da con sus huesos en el bote más cercano, provocando una retahíla de gritos de sorpresa y maldiciones.
Cuando recupera el aire y se atreve a incorporarse un poco y alzar la mirada, se encuentra en medio de un grupo de marineros que le miran con expresiones que van desde la estupefacción al enfado. Sin previo aviso, uno de ellos, un joven fornido de pelo pelirrojo con una cicatriz en la mejilla y una sonrisa amplia, se echa a reír con estruendosas carcajadas.

-¡Bess, la próxima vez que desees algo pide que te lo envíen por correo ordinario y no urgente, que nos vas a matar a todos!

El resto se une a su risa. Una mujer se agacha para quedar a la altura del muchacho, frunciendo el ceño. Tiene rastas adornadas con tuercas en el pelo. Sus ojos son negros y parece que se los ha delineado con carbón, pero lo más fascinante de ellos es que brillan como si fueran el cielo nocturno.

-¿Y tú quién demonios eres, chico?
-Yo… me llamo Rata, señora.

El coro de risas aumenta de volumen y el ceño de la mujer se frunce todavía más.
-Señora tu madre, mocoso. Tienes quince segundos para explicarme qué diantres haces aquí antes de que te arroje por la borda -levantó el dedo índice, en el que brillaba un anillo de plata-. Uno…

Y en quince segundos, sin pararse siquiera a respirar, Rata le explicó por qué creía que su destino no estaba en absoluto ligado a la tierra.

El pelirrojo fue el primero en hablar después, con esa voz que encerraba truenos, carcajadas, chistes verdes y tragos de ron.

-Bueno, Bess... Tú misma lo has dicho... "Ojalá los grumetes cayeran del cielo".

No hay comentarios:

Publicar un comentario