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viernes, 26 de agosto de 2016

Depende

La librería era como un edificio cualquiera, sólo que más temperamental. Mejor dicho: estaba en un edificio cualquiera, aunque no formaba parte de él. La mayor parte de la gente que pasaba por delante sólo veía lo que había que ver: un escaparate lleno de libros, una puerta con un letrero que rezaba “Abierto”, y lo rezaba aunque no parecía una puerta religiosa, sino más bien común, con su madera oscura y su cristal transparente. La mayoría de la gente sólo se paraba ante la puerta en cuestión si necesitaba un libro. Algunos, unos pocos, se paraban, y aferraban con temblorosas manos el pomo de la puerta, cuando necesitaban un milagro. 

Esas personas sabían que la librería tenía sus propias reglas. Que podías entrar sin llamar, pero deberías dedicarle un pensamiento o dos a modo de saludo. Un “buenos días” bastaría, o un “¿Cómo vamos?” también sería aceptable. La librería toleraba zapatos sucios, intrusas ráfagas de viento y abrigos que goteaban, pero dibujaba la línea de lo intolerable en los malos modales.

Pongamos que eres una de esas personas. Necesitas un milagro. Pasas por delante de la librería y tu corazón se abre en dos, haciendo que te detengas en seco, te lleves la mano al pecho, y te preguntes cuáles son los síntomas de un infarto. Miras el escaparate y te das cuenta de lo que tienes que hacer y lo haces, porque al fin y al cabo la gente desesperada como tú no puede permitirse dejar pasar últimas esperanzas. Entras, saludas (“Un día de perros, ¿eh?”) y, tras examinar el perfecto caos que reina en la tienda, con sus incontables libros, sus lámparas antiguas que iluminan como si aún siguieran en los años veinte, sus alfombras de bruja y sus inquietantes cuadros que te siguen con la mirada pese a no tener ojos; tras todo eso, tu mirada se posa en la mujer que hay detrás del mostrador.

La llamaremos mujer porque ella tiene especial cariño a esa palabra. Si fuéramos fieles a la realidad, en exigente monogamia, la llamarías joven, o chica. Su edad es irrelevante, puedes echarle los años que quieras. A veces son más de los que parecen, otras son menos. Los domingos es viejísima y los lunes vuelve a nacer. Dependiendo del momento de la historia en el que la conozcas, tendrá una edad u otra así que, ¿qué importa? Quédate con su pelo castaño y sus ojos marrones. Sus manos, con las uñas pintadas de blanco, como si los dedos estuvieran empezando a congelársele. Quédate con que no es especialmente guapa, pero lo sabe y no le importa. Quédate con el lunar en su mejilla, y la sombra de la sonrisa que vive ocupando las comisuras de sus labios, pintados de un tono marrón que recuerda al otoño.

Dependiendo del momento de la historia, se llama Emma. Durante toda la historia, la librería se llama Zelda’s.

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