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lunes, 19 de enero de 2015

El negocio familiar


Mi madre me dijo una vez que había muy pocas leyendas vivas. En realidad, si eras muy exclusivo a la hora de considerar a alguien leyenda, podías reducir la ínfima lista a tres simples nombres. Y uno de ellos era mi abuela. 

Ginevra Morgan Shell no fue famosa por salvar vidas o inventar algún artefacto capaz de hacer cosas asombrosas. Fue famosa, o quizá infame, por ser más lista que todos los hombres, mujeres, niños y la mayoría de los delfines que la rodeaban. La astuta y fascinante Ginevra era traficante de historias, y para jugar con palabras y cabrear a censores hay que tener mucho nervio y, lo que es más importante, un buen cerebro y botas con suelas gruesas. Mi abuela tenía las tres cosas, aparte de un marido bastante mono y una tripulación que la quería y la temía como a la madre que nunca tuvieron. Poseía un talento innato para asustar y cabrear a la gente por partes iguales… Tanto, que la leyenda dice que el Imperio llegó a subir la suma que ofrecía por su cabeza cincuenta y tres veces. Su nave se llamó Inombrable. Cuando mi madre ocupó su lugar, decidió llamarla Terrible Gin. Quería a mi abuela, pero supongo que vivir siendo la hija de una pirata muy conocida no fue sencillo. 

Así que, en el fondo, lo de la piratería lo llevo en la sangre. Y lo del talento para el hurto, la dudosa moralidad y la ilegalidad, también. Quizá haya sido algo precoz en cada uno de los pasos que he dado… Pero si algo aprende una siendo miembro de mi familia es que la edad es sólo un número y que la tarta de queso de Simone no lleva queso, pero jamás debes hacer saber al mundo que lo sabes.

Me llamo Vi.

El Imperio ha puesto precio a mi cabeza por primera vez. Nada impresionante, unas modestas quince mil coronas. Una cantidad bastante razonable si se tiene en cuenta que, atendiendo a la lógica, dar caza y decapitar a una niña de trece años con el pelo azul y una marca de nacimiento roja que le cubre media cara no es nada difícil. 


Pero tengo toda la intención de aumentar mi fama, mi infamia, y la suma de esa recompensa, al menos cincuenta y tres veces más antes de morir, según la tradición familiar, en extrañas y misteriosas circunstancias.

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